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Quienes somos

Así nació JackCana Tours
A finales de 2016, Óscar y el que escribe, José Carlos, decidimos darnos un homenaje a nuestro duro año de trabajo en el caribe. El año había sido largo en nuestros respectivos trabajos. Él en una agencia de viajes. Yo de director de marketing de una empresa cuyo nombre me guardo.

La imagen de estar descansando en las playas de Punta Cana, sinceramente, nos gustaba. Nos gustaba mucho. 

Descanso, relax, un par de libros que teníamos a medias, un partido de voley o el mero hecho de no hacer nada, era el broche final a unos largos meses laborales.

No más jefes durante dos semanas.

No más reuniones.

No más frío en una España que vivía en esos días a unos grados bajo cero.


El vuelo salía un martes 16 de diciembre a las 17:30h desde el aeropuerto de Barajas, pero nosotros teníamos las maletas facturadas desde las 14:00h.

Viajábamos en Air Europa, posiblemente, la mejor compañía que ofrece vuelos al Caribe. El vuelo iba completo. Coger un asiento en aquel avión era más difícil que comprar una entrada para el último concierto de Justin Bieber.

Tras más de 8 horas de vuelo, un par de turbulencias y alguna que otra cabezada, Óscar y yo por fin aterrizábamos en República Dominicana. Las palmeras de aquel aeropuerto me impactaron desde la ventanilla de mi asiento. La humedad, al salir por la puerta del avión.

Nos hicimos un par de fotos en el cartel que indicaba "Punta Cana". Había que plasmar el momento y hacer llegar a nuestros familiares y amigos que por fin habíamos llegado al paraíso.

Llegaba el momento de recoger la maleta. La humedad y calor (a pesar de ser de noche) sólo la combatían unos ventiladores instalados en el techo de aquel aeropuerto. Obviamente, eran insuficientes para todos los turistas sedientos de calor que allí nos agolpábamos.


Una vez teníamos las maletas en nuestro poder nos montamos en un autobús (o guagua) que nos dirigiría hasta nuestro hotel.

El viaje fue entretenido. Una chica dominicana cogió el micrófono de aquel autobús para contarnos cómo serían nuestras vacaciones en Punta Cana. Horarios, costumbres, comida, bebida,... Óscar y yo, a todo ok.

Por fin llegamos al hotel, donde nos estaba esperando un señor con muy buenos modales que nos ofreció acompañarnos junto con nuestras maletas a la recepción del resort. Por supuesto, aceptamos.

El check-in se hizo más llevadero cuando una chica nos trajo un cóctel de _______ (pon aquí lo que quieras porque no recuerdo de qué era). Estaba rico.


Habitación 121.

Vistas a la playa. 

Camas de "matrimonio de muchos años".

Baño con dos lavabos.

Un lujo.

Esa noche estábamos para poco. Salimos a cenar en el 24h del hotel una pizza y rápido a dormir.

Había que aprovechar la mañana en la playa.


Pronto empezaron a asomar los primeros rayos de sol a través de nuestra ventana. Calculábamos que por la claridad, serían en torno a las 9:00h de la mañana. 

Pero eran las 7:00h. En Punta Cana madruga hasta el sol.

Aprovechamos para terminar de colocar la ropa y las maletas en el armario. Bien doblada. Nada de arrugas.

Salimos a desayunar en torno a las 8:00h y el buffet estaba hasta arriba. Los rusos mantenían ocupado al cocinero que preparaba las tortillas. Los suecos llenaban los platos de tartas de chocolate. Los alemanes hacían cola en una máquina de café que, literalmente, echaba humo...

Nosotros, que somos españoles, pedimos un café acompañado por una barrita de tomate al camarero que, amablemente, nos sentó en una mesa en la terraza. Nos trajo el café. La barrita la teníamos que preparar nosotros.


Ya con el estómago lleno, investigamos el hotel. La recepción, el bar, la playa, los restaurantes, las tiendas, el lobby.

Nos sorprendió ver la decoración navideña con aquel calor. Los renos de Papá Noel, el árbol con sus luces y bolas,... 

Y nosotros en bañador.

Ya con el mapa del hotel en nuestra cabeza, decidimos que era buena idea hacer un par de excursiones en Punta Cana. No todos los días se viaja al caribe y queríamos conocer la cultura de un país tan exótico como República Dominicana.

Tras las indicaciones de una señorita de recepción, cruzamos una puerta donde nos esperaba un señor trajeado. En su placa ponía "Jackson Clerge". No lo sabíamos, pero esa fue la primera de muchas reuniones que mantendríamos posteriormente.

Tras 15 minutos de reunión, Jackson nos vendió el tour a Santo Domingo y la excursión a Isla Saona. Entre su catálogo, había otras actividades interesantes, pero nos habían hablado muy bien de estas dos y no lo dudamos.


Óscar y yo, con los deberes hechos en cuanto a excursiones, salimos de aquella sala con ganas de playa.

Preparamos la toalla, las chanclas, las gafas de sol y la crema solar y nos dirigimos en busca del mar.

Instalados en una tumbona con sombrilla y con un refresco que nos trajo un camarero del chiringuito de playa, comentábamos la posibilidad de hacer un negocio en Punta Cana: alquiler de apartamentos turísticos, un restaurante, una tienda,... cualquier idea era buena siempre y cuando República Dominicana fuese el país donde lleváramos a cabo nuestro trabajo.

La conversación junto con nuestras ideas quedaron ahí.


Tres días más tarde, hicimos nuestra primera excursión, Santo Domingo. 

Amaneció un día nublado, con mucho viento y la humedad típica de esta zona del caribe. 

Nos levantamos con una hora de antelación para poder desayunar tranquilos.

A las 08:00 a.m estábamos en el lobby del hotel, que era el lugar de recogida para la excursión. Una hora nos separaba de la capital.

El viaje en autobús lo amenizó un cd de los grandes éxitos de Juan Luis Guerra.

Llegamos sobre las 9:15 a Santo Domingo y en cuanto pusimos el primer pie en la ciudad, empezaron a caer las primeras gotas de aquellas nubes que se agradecía que ocultaran el sol.

La primera visita que hicimos fue el parque nacional de los tres ojos, una caverna que es de obligada visita si te encuentras en Santo Domingo. Me encantó.

A continuación, fuimos a ver la catedral, situada en ciudad colonial y declarada como patrimonio de la humanidad por la UNESCO, y el histórico monumento a Cristobal Colón.

Nuestra siguiente parada era el museo del ámbar, pero aquellas gotas que parecía que se quedarían en una nube pasajera, se convirtió en un diluvio que fue acompañado de un tremendo viento. Las mesas y sillas de las terrazas de un bar se volcaron en apenas unos segundos. 

Cuando llueve en el caribe, llueve de verdad.

Nos refugiamos en aquel bar. Estaba lleno de turistas que, al igual que nosotros, buscaban un lugar donde poder pasar aquel chaparrón.

Tras un café, una magdalena y un chupito de Mamajuana, el temporal cedió y nos permitió continuar con nuestro tour.

El resto de la excursión fue según lo previsto. Visitamos el museo del ron, la fortaleza Ozama, el monumento a Fray Antonio de Montesinos y una visita fugaz por el malecón de Santo Domingo.

En torno a las 16:30h y con una bolsa de souvenirs comprados en una tienda pensada para turistas de familias amplias, como la mía, ya estábamos de vuelta en el autobús que nos dirigía de vuelta a nuestro resort.

En el lobby nos encontramos a Jackson, quien ya había sido informado de aquel temporal que nos sorprendió en la capital.

Nos miró. 

Se reía. 

Nosotros no tanto.


Dos días después de aquella excursión, teníamos la visita a Isla Saona en catamarán.

Aquella actividad no se merece más que un par de líneas de esta historia.

Todo fue según lo previsto.

Bailes típicos en el catamarán (bachata), un poquito de cerveza, otro tanto de ron y una langosta que estaba muy rica, fueron suficiente para dar nuestro sobresaliente a los guías que nos acompañaban.


Al día siguiente, Jackson fue a buscarnos al lobby. Era nuestro último día de vacaciones en Punta Cana y quería recibir feedback de sus excursiones.

Le contamos todo lo sucedido: el tour por Santo Domingo pasado por agua, la cercanía de los guías y animadores, lo rica que estaba la langosta en Isla Saona... 

Se alegró y se sentó con nosotros.

Tras más de media hora de conversación, Óscar le contó que trabajaba para una agencia de viajes y yo, que me dedicaba al marketing digital para una empresa de renombre.

El puzzle era perfecto. No le faltaba ninguna pieza.

Jackson nos contó que estaba buscando crear una empresa touroperadora en el caribe, pero le faltaba aquello que nosotros le podíamos ofrecer: una web, una estrategia de marketing y alguien que supiera tratar a los clientes. 

Nosotros.

Nos dejó su tarjeta junto con un "llamadme".


Ese viaje, sin saberlo, fue el detonante de lo que ahora conocemos como JackCana Tours.
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